miércoles, 17 de marzo de 2010

Héctor Viel Temperley


El nadador

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arrollos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.

Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.

Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.



Larga esquina de verano

Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó. Necesito estar a oscuras, necesito regresar al hombre. No quiero que me toque la muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No quiero ser tocado por los sueños.

El enano que es mi ángel de la guarda sube bamboleándose los pocos peldaños de madera ametrallados por los soles; y sobre el pasamano de coronas de espinas, la piedra de su anillo es un cruzado que trepa somnoliento una colina: burdeles vacíos y pequeños, panaderías abiertas pero muy pequeñas, teatros pequeños pero cerrados—y más arriba ojos de catacumbas, lejanas miradas de catacumbas tras oscuras pestañas a flor de tierra.

Un tiburón se pudre a veinte metros. Un tiburón pequeño —una bala con tajos, un acordeón abierto—se pudre y me acompaña. Un tiburón—un criquet en silencio en el suelo de tierra, junto a un tambor de agua, en una gomería a muchos metros de la ruta—se pudre a veinte metros del sol en mi cabeza: El sol como las puertas, con dos hombres blanquísimos, de un colegio militar en un desierto; un colegio militar que no es más que un desierto en un lugar adentro de esta playa de la que huye el futuro.


Larga esquina de verano

¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede servirse de los cielos, y de las nubes y las aves, para observarme las entrañas?

Amigos muertos que caminan en las tardes grises hacia frontones de pelota solitarios: El rufián que me mira se sonríe como si yo pudiera desearla todavía.

Se nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo en la iglesia de desague a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección espero su estallido contra mis enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de malla -y sin ninguna Historia ardan en mí- las cabezas de fósforos de todo el Tiempo.

Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta. E1 sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que echan cal sobre toda mi vida; el sol como una zona que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma en mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad de luz que se ha tragado al mar, a las velas y al cielo.


A mi madre, mi único amor y mi único amigo de siempre.
“...y has arribado a un sitio desde el cual yo no alcanzo a ver nada”.


(Purgatorio, XXVII).

Hoy la llamo Baluma,
dulce caída de popa....


1.

Desde la hoja de afeitar vi todo
con sangre seca y flor rompí el hechizo,
hostia de hotel abierto a sangre seca.
Como tanque de guerra colgado del barranco
henchido como nube, abultado como anca
por tantas campanillas, esta enredada pieza!
Barranco de trompetas, ángeles escarpados.
Gallo clavado como naipe allá en el fondo.
Ni riña ni expiación ni truco: solamente
me cubro de sudor y miro el cielo.
Y la primera vez que tuve entre mis piernas
campanillas violetas:
“¿Qué estoy haciendo aquí engañando a todos?”...
“Qué estoy haciendo aquí” me preguntaba
yo que alzaba la vista para verlas
mis primeros veranos, día a día,
como templo atraído por la cuenta?...
Y estaba enamorado, con mis ingles
libadas en silencio y despedidas?....






2.

Estar enamorado es hablar de sus talones,
del tren que iba a su pueblo, del pescado en el patio
junto al cuarto de baño más pobre de mi vida?
Porcelana quebrada entre macetas!
(Tenías el sudor congelado en un prisma
en el fondo del vaso de los hombres
y tu saliva era la cola delgadísima
de ajo de un barrilete).
Decir que son lo único espeso de su cuerpo!
sus talones de pueblo en sus suecos celestes
-solos juntos a la pata de la mesa-
mientras llueve y tiramos los dados por dinero.
Talones como balas antiaéreas
que nunca tuve libres en mis manos.
Herramientas de acero para empezar a hacerlas!
Superficies de sueño y futuras catástrofes
para dibujar con lápiz una estrella
o una flor de la piedra (algo de las alturas)
porque después de todo hablar de sus talones
es hablar de la muerte amarilla que llevan
hacia un cementerio que aún no existe, hacia
un campo
que por ahora es sólo de verduras o frutas.
Y ella no lo sabía, ella nada sabía!.

Nota:Héctor Viel Temperley nació en Buenos Aires en 1933 y falleció en la misma cNotaiudad en 1987, luego de haber publicado nueve libros de poesía de circulación casi secreta

3 comentarios:

  1. Qué máquina fascinante la cabeza de este hombre.

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  2. "Tomyn" , como le decían a Hector Viel, era el primo de mi madre. Fue quizás el primer poeta "real" que conocí. Amigo de mi hermano Arturo con quien trabajó en su agencia, en el piso 3ero de Córdoba y Florida. Es extraño como lo más importante que hace un hombre puede llegar a ser secreto...quizás los espías de la guerra fría, quizás, pero Hector Viel rompe el secreto en el futuro que es hoy.

    Hernán Sánchez Barros

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