domingo, 21 de marzo de 2010

Paulina Vinderman



El mundo en jaque

Su gata murió de vieja este verano
y el gomero se dejó secar, poco después, obstinado
en el balcón.
¿A quién contar esta historia de locos,
esta encomienda que llega en un caballo con
arneses de plata -cierto rencor en las comisuras-
con quién contar?
El aire está enfermo pero todos respiran,
ella queda morada por el esfuerzo, insomne para
siempre,
buscando la estrella de lata
con la cual vestía su vida en Navidad
para cambiarla por el dibujo de un barco en el Pacífico
o una palabra que resplandezca en la oscuridad
(y no lleve comillas.)




Black Mask

En la novela negra
ella no se enamoraría del asesino,
sería la torva ingenua bailarina de cabaret
o la dulce -nada ingenua-
muñeca con ojos como ciervos, pelo
para agitar en el viento entre las acacias.

En la novela negra
no podría jamás cruzar la línea,
bajo su respiración
estarían los muros amarillos,
la seducción de un héroe al que abrazar.

Y ya no importaría la tensión del poema
o de su espalda
soportando el mundo.

En la novela negra ella no tendría esta asfixia,
este estribillo que envejece
a medida que come de su pan
y abre los brazos en la oscuridad
en un escándalo incumplido.

Si algo la habita
es la memoria de un puerto insignificante
y caluroso
donde la muerte no es un estallido
sino una conversación, una clara evidencia.




La dama del mediodía
(poema sin adjetivos)
a Edgar Bayley

La dama con sombrero de paja
camina desde el sol
hasta mi mesa en la arena.
No puedo ver sus ojos ni sus manos
pero sé que el mar
se incluye en su vestido
y su cintura se balancea
como las olas de aquella tarde.
Había roto mis uñas buscando almejas
sólo para dejarlas otra vez en su lugar
y no había tenido fuerzas
de construir castillos.
(La gaviota había muerto,
era plumas y pico en la brisa de las seis.)
La vida no es más que eso, pienso,
la lucha para no ahuyentar para siempre
a la dama del mediodía
— vestido de mar, balanceo de cintura—
sin siquiera haber reparado en sus pies.



Cónsul honoraria

Te escribo desde la nada,
pequeña oscura funcionaria que ni siquiera ve el río.
La cúpula rota se refleja en los charcos
cuando llueve
y es el único sitio en que brilla el destierro,
la única moneda que parece de oro.

A la hora del café todos hablan de nada,
se espera una tormenta (que pueda desprender el esmalte
del aire) o la notificación de otro destino.
Me siento como un cónsul en mi propia ciudad:
un poema reseco debajo del informe, la mitad
de una carta, una invitación para la fiesta en el muelle.

Esa mujer con los ojos muy pintados debo ser yo,
la que saluda bajo la luz naranja
de los faroles de papel e imagina a una goleta
amarrada a unos pasos
y a su escritorio flotando en alta mar.
El viento es débil
y la humedad de las plantas el punto de impresión.

Una ciudad, otra ciudad, se inclinan sobre mi vida
con su historia (y no lloran la mía)
Nombres tan fuertes como árboles,
tienen razones para llegar al cielo e intentar
resistir al huracán (que también gime un nombre)

La vieja furia por no saber donde piso está presente
(como un clásico)
Una niebla que se levanta del agua y oculta
el horizonte.
Veo mis pies, veo el repliegue,
la noche que termina sin haber empezado,
un cuaderno de notas en los hospitales del mundo.
Una locura de cristal, acuartelada.

Nota:Nació en 1944 en Buenos Aires, ciudad donde reside.Publicó los siguientes libros de poesía:Los espejos y los puentes(ed. Buenos Aires Sur, 1978),La otra ciudad(ed. Botella al Mar, 1980),La mirada de los héroes(ed. Botella al Mar, 1982),La balada de Cordelia(Fundación Argentina para la poesía, 1984),Rojo junio(Literatura Americana Reunida, 1988),Escalera de incendio(ed. Último Reino, 1994),Bulgaria(Libros de Alejandría, 1998),El muelle(Alción Editora, 2003),Cónsul honoraria, antología personal(Summa poética, ed. Vinciguerra, 2003),Transparencias(antología poética, Arquitrave Ediciones, Bogotá, Colombia, 2005),Hospital de veteranos(Alción Editora, 2006,El vino del estío (El Suri Porfiado, 2008).

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