jueves, 22 de abril de 2010

Daniel Chirom


Madre

En las noches, cuando en mi ventana flamea como un
incendio el frenesí de las Bacantes, abro mis ojos y
miro el cielo raso buscando tu rostro, esa mirada
y esa voz que resplandecían mientras tu espalda se encorvaba
bajo el peso de las brujas y dragones a
quienes tanto temía. Pero ¿cómo hacías para hacer
de la oscuridad un haz luminoso?,¿qué coral te
dictaba las canciones que acunaban mis miedos?.
Ahora que las sombras son sólo sombras y no figuras
chinescas, ahora que los espejos envejecen en mi
mirada, te convoco madre-infancia.
Tus manos apaciguando la penumbra de mi ignorancia,
tus dedos deslizándose por mis cabellos como
hollando un santuario,
tus brazos moviéndose al compás de mis ferocidades.
Yo te contemplaba desde el sueño envuelto en tus
aromas de malvón, tomillo y madreselva. Y qué bien
reía tu cuello inclinado sobre mi oído para susurrarme
el último arcano, un ojo del viento.
¿En qué cesta que ahora no encuentro viven las
madejas de colores con que tejías mis rezos, y aquél
diario donde anotabas con inocente paciencia mis
primeras palabras, los primeros pasos, el primer beso?.
Madre, si eso no era tu niñez, ¿qué falta ahora
y hace que todo duela?



Pastel de manzana

Baba, Baba, tu Rusia de samovar, tus ojos verdes,
esa mirada perdida en las lejanías, presa de la
furia, del olvido, cautiva del destierro, y esas
manos empuñando las tijeras para hacer el corte
preciso y el pequeño monedero y el mismo delantal
siempre limpio y los alfileres prendidos a la
comisura de los labios mientras hablabas en voz
baja, mitad en castellano y mitad en yidish. Apenas
comprendía lo que decías pero estaba tu porte
alto,tus brazos fuertes y no tenía miedo en las
noches de aquel hospital de paredes blancas donde
transcurrieron varios días de mi infancia . Un niño
de tres años entre sábanas blancas y enfermeras
blancas, tosiendo, asombrado de la penumbra
mientras sostenía un oso en los brazos y bajo la
almohada guardaba las golosinas que no podía comer,
y esa sopa insípida que me servían en un plato
metálico y el pollo sin sabor y el termómetro
bajo las axilas. Pero estaba el postre,
tu pastel de manzana, el manjar del exilio.
Esa torta eran mis juegos , mis amigos , el muro que
me guarecía de la intemperie,mientras esperaba el
día de mi fuga, dejar de toser , no vestir más ese
camisón blanco y olvidar los azulejos celestes del
corredor y las caras bondadosas de los médicos con
su rictus de “sólo Dios sabe” y las visitas
complacientes. Y tenía miedo de la bruja de La
Bella Durmiente, esa mujer terrible de ojos negros,
rostro verde y uñas largas me acechaba detrás de
cada recoveco, y antes de dormir tenía que bajar
de la cama y espiar en todos los rincones para
asegurarme de su ausencia -temía combatir con el
dragón- y entonces yacía en el lecho con mi torta
de manzana, flacucho, temeroso,esperando el alba
como quien espera confesarse. En tus ojos veía
los miedos de tierras hostiles, negaciones,
persecuciones y abstenciones y comprendía que
también para ti el único refugio era ese pastel
de manzana, vieja receta venida al Río de la Plata
desde Kiev, la lejana Rusia, la madrecita patria.
Un poco de pan, apenas manzana, azúcar negra y
una horneada.Oh sabores de la infancia , polleras
de aromas, ¿ cómo vivir sin la cocina , la sopa verde,
el dulce nuestro de cada día, el café con leche, el
té con el terrón de azúcar pegado a la lengua , la
carne pálida del pollo, las escamas como llovizna
del pescado?; pero ¿cómo seguir sin la astucia
culinaria?.Sí, dejarse llevar por la lucidez
de la digestión, la tozudez de los intestinos,
los agridulces jugos gástricos.
Recuerdo la humedad de tu cocina , sus paredes de
azulejos rosados , su blanca mesada de mármol, la
heladera gorda de la providencia con el motor cuyo
constante ruido parecía un auto yendo a baja
velocidad en un día de lluvia, la mesa tosca de madera
verde, los platos ajados de loza blanca, los cubiertos
acerados, el vaso alto con naranjada, el pan fresco
partido en rebanadas (nunca el pan negro,
era para los mujiks decía mi Baba), la miel amarilla,
la gelatina de pescado grisácea, la mermelada roja,
la manteca blanca y esos tazones gigantes donde uno
perdía la nariz que luego emergía esmerilada de té con
leche. Ah las hornallas brillando en la penumbra,sus
débiles llamas brindando calor, la escuálida lámpara
colgando del cielo raso, el almanaque de montañas
(¡Que lejos está el pueblo de tu infancia, la estepa
rusa, las cúpulas doradas de la iglesia ortodoxa, la
pequeña sinagoga, el río congelado!). Pero también
está el paisaje de corredores blancos de mi infancia
de hospital poblada por tu mirada. Y no sabía de
Dios, no conocía su palabra: Dios era la escupidera
donde orinaba en las madrugadas, o aquellos
algodones manchados de sangre y esas sábanas
amarilleadas por el sudor y esa pequeña mesita de
luz con su aún más pequeño velador que tú cubrías
con un pañuelo rojo para que me velara el sueño,
y ese techo tan descascarado, tan diferente al cielo
del patio de la casa. La soledad no tiene edad, Rusia
y aquel hospital son la misma geografía , las bellas
palabras están ajadas y nuestros ojos sonámbulos
desesperan por encontrar un manjar donde
esconderse del vacío que nos reclama.
¿Tendrá mi hijo la suerte de apretar contra el paladar
en los días del desasosiego un trozo de torta de
manzana?, ¿poseerá la seguridad que brinda el sabor
preciso o deambulará buscando una patria, una
cocina donde hallar un aroma que lo descubra?.
Oh Baba, abuela , la mesuzah cuelga de la pared, su voz
calla, hace mucho que no enciendo los candelabros
y tus copas opalinas ya no lucen sobre manteles
bordados blancos y en mi cumpleaños nadie me trae
un pastel de manzana. Estoy solo, mi mundo es el
pretérito de un sabor, la nostalgia por la pérdida del manzano.
En estos días en que las oraciones enmudecen y hay
poco para agradecer, es buena la memoria del paladar,
la gula divina, mirar un plato con torta de manzana
que un niño se devora y luego una mujer se inclina
para llenarlo otra vez.
Pastel de mi carne, pastel de mi saber, ven ,sálvame,
necesito tu invariable corazón azucarado.
¡Qué cerca está el hospital de mi infancia!



A La Memoria De Raúl Gustavo Aguirre

Estoy de este lado
no sé cómo llegar a tu muerte
enamorarte los ojos
prenderle fuego a tus palabras.
En tu voz
veo barcos calcinándose de neblinas
y un rumor de sirenas
enlutando las anclas que buscan una pregunta
en las costillas del océano.
Tu oficio es un naufragio,
la claridad exánime del que no responde.
Bebe
has visto la luna rigiendo el leprosario
baila
el cielo vacía su blanca taza sobre el Hades
sueña
una canción es una trampa
canta
una sinfonía enloquece en tus manos
muere
pues es necesario renacer donde el corazón yace.
El silencio ruge una plegaria
y el alba abre su resplandeciente página
sobre la momia de un tiempo que no existió
y hemos vivido.

Nota:Daniel Chirom, poeta y periodista argentino. Creó el poemario El ojo de los días, dirigió la revista El Jabalí, colaboró con el suplemento de cultura de Clarín, así como publicó trabajos en La Razón y La Prensa. Con un gran empuje, Chirom trascendió su proyección poética para convertirse en gran difusor de la poesía, rescatando a través de los medios a todos aquellos poetas y escritores olvidados de las letras hispanoamericanas o voces del continente insuficientemente leídas o no conocidas.Chirom había publicado los poemarios Crónica a Robledo Puch (1975), Los Atlantes (1979), La Diáspora (1983), El Hilo de Oro (1989), Candelabros (1999, Premio de Poesía Fundación Inca 1994), El ojo de los días (2003) y Manjar del exilio (2005, Bogotá, Colombia). Compiló además la Nueva Antología de la Poesía Argentina (1980), con prólogo de Raúl Gustavo Aguirre y estudio preliminar de Cristina Piña, y para el Centro Editor de América Latina hizo antologías de Wallace Stevens, Walt Whitman, Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley.
En prosa publicó Charly García (1983) y textos para la cantata Lamdelam, cuya música pertenece al compositor y director Sergio Piterbarg. La obra, un homenaje al pintor Wilfredo Lam, fue estrenada en el Festival Garonne, Toulouse, Francia, por el ensamble vocal-instrumental Xinum.

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