lunes, 7 de junio de 2010

Roberto Themis Speroni


Elegía V

He vuelto a ser el hombre que fui entonces,
cuando estabas conmigo, cuando el mundo,
me cabía debajo de una axila,
y por cada ciudad que atravesaba,
por cada puente, esquina o carretera,
dejaba tu perfil, para acordarme
del camino seguido. Porque el hombre
debe fijar sus hitos, sus leyendas,
su piel de combatiente voluntario,
de asesinado lógico. Yo anduve.
Caminé con tu pie, gemelo del mío,
leguas de sangre, millas turbulentas.
Hice fraguas con un carbón mojado;
derribé largos muros, submarinas
oposiciones de salitre negro;
ignoré muslos rápidos, brillantes
cadalsos de pelviana expectativa.
Anduve entre las lunas sin tocarlas:
tú eras mi gran racimo pensativo.
Hoy soy el hombre mismo que conoces,
algo mayor que aquella inteligencia,
asido a un canto terco. Si estoy triste,
comprendo a mi tristeza como nunca;
si estoy alegre, arriesgo que eso viene
desde tu corazón. Y estoy conforme.
Siendo el hombre que fui, estoy conforme;
él me devuelve lo que has sido siempre.





*

Me preguntan por qué no canto al héroe,
al hombre de la historia, a los que fueron
arrecifes de pólvora, vacunos
de aguzado pitón, duros jaguares
de llama pectoral, curva volante,
embestidora nube de llanura.

Me preguntan por qué no me surmerjo
en la ceniza calva de un archivo,
a sacudir cadáveres de bronce,
frailes de agua, blancos generales,
mujeres entorchadas, parroquiales
y anónimos jinetes, ventisqueros
de perpetua memoria, cuerpo errátil
de un tronco colonial recto en la muerte.

Dicen que mi palabra es apropiada
para tomar la vida de los muertos,
para sacar los cóndores helados
cubiertos de cristal por los clarines,
y echar a vuelo nuevamente aquello
que ahora reposa en el laurel salobre.

País de mí, serio lugar, trofeo:
si alguna vez azuzo mis vocales
y saludo efemérides, y asumo
la pequeñez usual del traficante,
que se acerque mi hermano y que me entierre
en el centro auroral de las arterias,
las espuelas de un húsar, o el ilustre
marfil de los colmillos de un patricio.






Es natural que Dios se comunique…

Es natural que Dios se comunique
con mi melancolía; que comparta
mi pan, mi techo aciago y que me ofrende,
de vez en cuando, un búho, una botella,
una hoja de menta, un libro viejo
escrito sobre un vidrio de colores.
Es natural que llegue sin anuncio,
definido y abierto como un árbol,
y que se instale cerca de la leña
desatada en crujidos ardorosos
sin dirigirme nunca la palabra,
alto y ritual, hermoso como un sable.
Suele irritarme su actitud, la espera
brillante de sus ojos, la implacable
actividad oculta de sus manos
quemadas por dos vírgulas de hierro.
Yo soy un hombre y Él lo sabe. Tengo
arrebatos de hombre, no de insecto,
ni dulzura animal para mis actos
manejados por turbia inteligencia.
Arrojo el vino. Tiro la mesa
los mendrugos, las moscas, los papeles;
tenso mis antebrazos, crispo el nervio
más hondo, y con rudeza lo fustigo;
lo invito a que se mida con mi angustia
crecida en los confines de su obra.
No responde. Se ubica acomodado
su codo en la madera, y sin testigos,
pulseamos al igual que dos labriegos
en honesta y tristísima disputa.


Nota: Nacido en La Plata, ciudad capital de la provincia de Buenos Aires el 29 de septiembre de 1922. Colaboró en diversos diarios y revistas locales y en los principales diarios de la ciudad de Buenos Aires. Publicó: Habitante Único, (1945),Gavilla de Tiempo (1948), Tentativa en la Luz (1951) ,Padre Final (1964),Tatuaje en el viento ,El poeta en el hueso del invierno ,Paciencia por la muerte .

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