martes, 24 de agosto de 2010

Irene Gruss


jinetes del apocalipsis

No hay lugar para la huida, ángel
del deseo.
Ellos, que dicen que son fantasmas,
siguen haciendo malas artes,
influyen, lo hacen bien,
estorban la huida, ángel
del deseo. Me corrompen.
Adonde fuera, el sol o la lluvia
me perseguirían como un testigo;
adonde me quedara,
ellos,
que dicen que son fantasmas,
mandarían cartas anónimas, desapasionadas
o donde la pasión
ocupa un lugar antiguo, de pacotilla.
Ahora, dicen,
el cielo se resquebraja tanto como
el suelo,
la gente lee libros trágicos,
sueña con llanuras que parecen desiertos.
Ahora, dicen, todo ha terminado.
Y yo quería un lugar,
un toque
de infancia,
una frase verdadera.





El damasco

Yo que he muerto por propia voluntad, que
reviví por voluntad de otros,
ahora me veo muriendo
de muerte natural en unos años,
la cabeza encendida,
iluminada de ansia pura,
asombro,
fuego insensato parecido a locura senil,
a infancia,
que he vivido más o menos de
lo que he muerto por la esquiva
humedad.
Curioso, la risa,
como un líquido,
me sostiene y aprieta el corazón.
He andado así, nunca una meseta
ni la tensión superficial
del lago. Yo que morí por propia voluntad
dormida sobre un médano, y
el sol me ha acariciado muerta y viva,
ahora disfruto su piedad como a un damasco,
dulzura inconcebible,
insensato damasco que pruebo
y río, oscura,
dichosa de mí.





La soga

La soga es el vacío
de donde cuelgo, me aferro
al vacío como la soga segura
de mí. Apenas raspa
cada vez que
me abalanzo o tiemblo, el vacío
sostiene mi forma única
de andar, hay vértigo donde
sobra espacio, mi miedo
se pierde cuando cada hilacha
afloja el sentido
concreto de la perduración. La soga
no depende. He preferido atarme
a eso.





Remordimiento

Nunca tuve
lo que se dice una buena dentadura.
Con mi boca mordí
su nuca, su garganta,
la forma de morder
se fue adecuando
al poco calcio, la poca fuerza, a
las piezas postizas y a las que
fueron salvadas. Reír, eso quise.
Perdí las ganas de morder
como quien deja la vida a un costado,
la ve ahí,
un vestido de fiesta doblado en la silla.

Llovió sobre el jardín, gotean
de lluvia y de un rocío nocturno
bombitas de colores.

Ahora, con lo que tengo dado
y quitado, con mi boca
beso,
y cada noche, antes de dormirme,
ruego a Dios no morir con los ojos abiertos,
los dientes apretados.

Nota:Nació en 1950. Formó parte del grupo de poetas que fundó, a comienzos de los años 1970, el taller «Mario Jorge De Lellis.Publicó La luz en la ventana (1982), El mundo incompleto (1987), La calma (1991), Sobre el asma (1995), Solo de contralto (1998), En el brillo de uno en el vidrio de uno (2000), "La dicha" (2004) y en su carácter de compiladora, la antología "Poetas argentinas (1940-1960)", del año 2006. En 2008, se publicó "La mitad de la verdad", su obra reunida.

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