viernes, 14 de marzo de 2014

Mariela Gouiric





Organismo

Llegabas a las diez
la mesa estaba puesta.
En el tendal se agitaba
nuestra ropa limpia.
Hablabamos de Kristina
y del campo. Te servía más.

De postre mandarinas.

El médico dice: -Sus pulmones
ya no funcionan-.
Como mucho le dan dos años,
lo que viven las endorfinas
en el cerebro de los enamorados.


Bailaré por ti

En la tira de banderines que cuelga sobre la Belgrano,
de colores corrompidos por la lluvia,
del mes de mayo. Pesan las
noches de Rey Momo y los
desfiles de lentejuelas, tambores y guirnaldas,
parlantes a todo trapo, saturados
con el viento caliente lleno de interferencias y acoples,
ahora lisiados de jaranas populares, de
romances veraniegos, de
arrebatos borracheros, de
–no se le puede pedir a nadie que te ame-.

El calendario da vuelta la hoja en
la heladera con almanaque, en la gomería,
en la parrilla, en la maderera y todo indica que
–hay que irnos a la mierda-.

El aire despioja los árboles altos,
que se desarman en lluvias de papel picado,
piñatas mudas sobre
el gladiador que regresa a su casa en bicicleta
y nadie sale a su encuentro vencido.

Mientras tanto los banderines no se caen,
aunque haya aumentado la yerba, y nadie pregunta por
aquellos diskettes que se quedaron sin formato. Firmes
a la pequeña cuerda de nylon que
los une como cotorras analfabetas que esperan el atardecer para
volver a sus cuevas en las grutas que enmarcan
un tramo de una ruta cualquiera del sur.

Algo que no sé qué es no tiene imagen y
estoy tratando de sacarla
de todo esto.
De esta memoria de cartera de mujer, inventariada con
amoroso descuido.
Pero lo cierto es que no quiero que el poema me
asista en nada. Para eso está
Cerrito, la cerveza barata y ese
número en el celular que
vos marcás
y siempre está
a cualquier hora y corre por vos,
y pone me gusta en todas tus fotos de perfil.

Hay un montón de docentes
nadie los necesita, hay un montón de
periodistas. Nadie necesita. Sobran los
doctores, los rubios, los
abogados, los verduleros, los camioneros, las
prostitutas, los telemarketers, las morenas que sirven las
maquinitas de helado bicolor, las hippies que
hacen pan con cebolla y los volanteros. Lo que faltan son
sacadores de piojos, asesinos de polillas,
sepulteros de cucarachas. Patovicas piolas que
saquen a los chetos de las bailantas
que entran a ver qué onda, a mirar
a los que la mueven de verdad.
A pensar por dentro y comentar entre ellos
en batones floreados, con las piernas hinchadas
y clavos en las caderas rotas,
asomando las cataratas de sus ojos
por las hendijas de la persiana:
-Guau, que flash,
que loco, que bizarro, me siento un
Pablito Lescano-.
Los chetos a la larga son malos.

Alguien que haga que esto que no tiene imagen
vuelva a mis manos con
esos banderines recién tendidos al sol rojo
azul, amarillo, verde, verde más
clarito, verde manzana sería; con nosotros dos sacándonos fotos en
automático bajo la llovizna para hacer un .gif; con
escritos cortos con acciones y seguros remates; con
capelettinis de oferta y pelis en la cama;
la carita de la Kristina serigrafiada en
el olor del choripan que llena de humo el aire
y hace de velo de novia hermosa
a las luces del escenario,
montado como el de las
campañas evangélicas en los barrios, con
tablones ingenuos y estructuras de caño amarillo,
con macetitas blancas
con sus potus de plástico colgando a cada lado.

Que algo lo contenga, que no se escape, que no se
venga abajo aunque suba la más gorda a cantar un tango
antes de las bandas de cumbia, el coro de niños,
el grupo de improvisación de ancianos y
el viejo que va a agradecer a los
centros culturales una
y otra y otra vez
y a las madres que le hicieron el repulgue
a trescientas empanadas de carne.


Te prometí que te iba a encontrarte
Me gusta
el chico en cuero moreno
de la tapa del libro prestado, me gusta.
Pasearlo en la mochila
por la Buenos Aires que con él se pone más linda
aunque este enquilombada, me gusta.
Y hacernos el aguante
en  el tiempo lento de diez días
de paros de subte,
me gusta.

Pero no lo leo, al pequeño encuadernado
sólo lo llevo sostenido entre las manos,
corte estampita
 para mirarlo al pibe de la tapa. Imaginarme
sus piernas fuertes, calientes
de potrero embarrado,
de carro cirujero
empujado cuesta arriba.

Pensar en el nombre de su novia que es el mío,
en sus manos venosas calibre 22
y su voz  de pelotas de humo
que no conoce las S
y repite que me quiere:
 -te quiero loca, te quiero-
al caer tumbado porque
a su pecho lampiño de lujos
lo abrió un chumbazo:
Pero tranquila, no pasa nada
las balas de la metropolitana
no entran como las de la federal.
No le cierran la jeta a nadie, menos
al guacho que
me dice que
me quiere banda, que
como vos no hay.


Voy a seguir insistiendo
en todo esto
que no es la foto del libro.
Hay algo que no tiene imagen 
y se la puedo inventar
porque tampoco es la nuestra,
aunque los dos usemos Nike
 y miremos Los Simpsons.

Voy a porfiarme,
ponerme cabeza
en todo eso
que a veces nos hace guardarnos
y andar solos. Irnos al sobre temprano,
emocionarnos con una de Sin Banderas en la radio
o matarnos en  las pistas cumbieras con apenas conocidos,
quebrar las rodillas hasta abajo
y caretear los besos agradecidos
por la birra  invitada. Mientras
en el bosillo del jean ajustado
el brip del celular jetonea
que pronta está a la puerta
-como lo está de todas las cosas-
la muerte
de la bateria baja
y vieja. Que mantuvo encendidos
todos los sms de amor  enviados
y borrados.
Incluso los que no llegaron.
Incluso los que no eran de amor:
Que descanses. Que
linda sos. Te armás un fino? Hoy
no quiero fumar tanto. Mentime
que me gusta. En 10
 paso. Al final reculaste.
Decime donde
te encuentro que voy. Estoy
por Rivadavia y Pueyrredón

No todos desean estar 
en catálogos, ni en un libro de historia,
ni en una libreta civil,
ni en nada de nada. Mucho menos tener
una foto de parejita de perfil con 
35 me gusta
23 comentarios, que halagan 
lo lindo que se ven
lo felices que están. 

Estamos los que deseamos ser cualquiera 
y ver nuestro nombre dedicado
en un pasacalles; en la remera
bajo la camiseta azul y oro del jugador
que la descubre dos segundos
frente a la cámara cuando mete un gol;
o en la boca decorosa 
de un locutor contrabajo
de una am trasnochada.

Ponemos la fé 
en ver nuestro nombre como una yerra 
en la puerta del baño de una bailanta,
en la porland fresca frente a nuestras casas,
en el margen de una hoja Gloria,
o en el pino de la parrilla de la cucheta:
Hundida las letras mochas, mal talladas
en la madera blanda de la parte de abajo
de una cama 
encastrada
arriba 
de otra cama.

Somos víctimas con onda 
gustosas de la espera
de dejarlo escrito 
en un pecho de seda oscura del once
moreno,
tirando a negro, negro azabache, sería
como el del pibe de la foto
del libro prestado que me acompaña a pleno.

Víctimas victimarías
de querer hacer nuestro nombre ocupa
de un pecho lampiño de lujos
a fuerza de tinta china y agujas baratas.



Que te apasiones por mí

En un toallón
junto a cada bandera están pintadas
el número de copas que cada país
consiguió pegar de la historia del mundial:

Argentina dos
copitas.
Brasil cinco
copitas.

En ese pedazo de tela impresa
está la información que voy a usar
para que te apasiones por mí
(porque hallé com alegría que ya me estás mirando).

Vamos a conversar así:
Voy a preguntar:
-Você sabe que Argentina ganó dois copas e Brasil cinco?
Y muy entusiasmado me vas a contestar:
-Eu sei. Mas você sabe que
dois de essas copas gano com jogadores de Botafogo?



Boas noites hablan los letreros de los colectivos

Trae por favor la noche,
las lucecitas navideñas sobre las palmeras.
Ayudame a que esto sea un canto,
que repitan las madres en las cunas
de sus recién nacidos cuando tengan miedo de dormir.
Con silencio terminemos la cena.
Ssssshhh, ssssshhhhh
Suave, no vayas a golpear la cuchara contra el plato.
Salgamos andando.
Podés darme la mano, te doy permiso.
Mostrame el nombre de los árboles,
de los autos estacionados. Besémosnos.
Contame cuál es tu modelo y color preferido:
Amarelo, preto, branco, azul, vermelho, prata.
Chebrolet, Nissan, Peugeot. Citroen, Renault.
Ford, Honda, Volkswagen. Recitame
el nombre de las estrellas,
para que sea nuestra charla como la novela de las nueve.
Qué felicidad cuando algo bueno se repite:
Los lunares en la piel de un padre,
los lunares en la piel de un hijo.
Qué alegría cuando pasa algo parecido a otro algo que ya pasó.
porque siempre estamos extrañando, pero ahora mejor
seamos valientes y hagamos algo que sirva para algo.
Cualquier cosa.
¡Ya sé! Tapemos los buracos de la calle con los huesos
de pata de vaca,
que a la tarde perfumamos con limas y hervimos
con el calor de la garrafa.
Eduquémoslos a ocupar los agujeros del suelo
encastrándolos hermosos con nuestras manos.
¡Los autos van a quedar agradecidos
de que cuidemos sus pasos!
Pero si los huesos no alcanzan
podemos juntar vidrios de vasos rotos
en algún festejo. Y sino encontramos nada,
podemos caminar hasta la playa
y juntar piedras y caracoles. Esqueletos de pescado.
Escamas iluminadas por la luna.
Escamas iluminadas por los barcos.
Escamas sin iluminar.
¡Eso para después igual! Ahora vos quedá tranquilo,
acostémonos encima de los charcos.
Sobre la lluvia quieta entre los huecos del mato,
para pintar sobre mí –con barro-
tu color. De verdad lo necesito.
Tu color.
Y si todavía no llovió,
volvamos a la casa y traigamos con baldes el agua enjabonada
que brilla en el tambor del lavarropas.
Y si está desagotado
caminemos hasta la playa
y saquemos del mar
agua salada para temperar la tierra.

Podría quedarme

Casarme
con uno y dedicarme:
Lavarle la ropa, cepillarle los dientes.
Lustrarle la piel con blem
en una gamuza muy suave que no lo ralle.
¡Que brille como un cerámico encerado!
¡Que sea el tornasolado de unos lentes de sol!
Alimentarlo con las carnes más baratas, los porotos más pesados.
Arroz blanco sacado del fuego en el momento justo.

Esperarlo a que llegue del trabajo
con el deseo de tomar un baño,
para sacarle las chinelas,
y la ropa sucia de la construcción.
Sentarlo en una silla, en el frente de la casa
bajo los árvores. En el pedazo de tierra que
liberé del mato para él.
Ponerle los pies en una palangana con agua tibia
y con una esponja cubrirlo con espuma de jabón.
Después con un jarrita, enjuagarlo despacito,
ayudando con la manito
para que todo corra
y no quede nada que arruine la belleza de su color.

¡Los hombres siempre quieren algo
y en ellos está muy claro!

Puedo poner flores rojas, violetas y blancas en su almohada.
Sábanas de seda que lo abracen si un día,
Deus não
 quera, ya no estoy.
Encender el ventilador que espante los mosquitos
que traen el calor y la noche.
Y por si eso no alcanza, quedar a su lado besándole la espalda,
echándole aire con palmas de cocotera,
y sirviéndole vasos de agua fresca
que cuiden su sueño.

Ellos tienen madres también negras, buenas suegras.
Como leonas me ofrecen dormir a su lado,
en camas rosadas, la siesta.
Para convencerme con novelas y cerveja fría
que me quede con su último cachorro libre:
El más joven, el más hermoso, el más fuerte.
-Você  pode voltar para casar com Baby.
Você  pode. Você quer?-.





Al final se me dio y amanecí negra

Preta, nega, escura, noturna.
un tronco de palmera que un bandido incendió
en un terreno fértil.
Un hermoso hematoma como cuerpo
porque la negrez es la abundancia:
El cabello más
enrolado. La carne más
dura. Los pechos engrandecidos de leche
y un tremendo bum bum
naciendo en mis espaldas, debajo de mi pollera
sin pedir permiso
para darme la bienvenida al color que siempre baila.
Que tiene las piernas duras de bajar y subir el morro andando todos
los días. Todos los días más probabilidades de meter un gol tiene
ahora la superficie de mi estuche 
por negra, luminosa y brillante como sumergida
en campos prósperos de aceite de girasol.

Y con la obscuridad en mi piel surgieron los dones:
En los árboles que no dan flores
colgué flores de plástico.
Si el árbol no me da flores,
¡Yo le voy a dar flores al árbol!

Envolví en míos brazos
las ropas de todos,
y llevé a todas ellas para lavarlas
al frente de la casa.

En un lavarropas la ropa se lava.
En el otro la ropa se enjuaga.
Se doblan y se enroscan, se escurren,
pequeñas nubes de algodón, nylon y jean
para hacer llover .
Como no tengo broches, en tiernos alambres de púa
pinché los vestuarios, para que no se caigan.
Que calvario cristiano se armó  sostenidas las prendas
para que no se ensucien, crucificadas.
-Ahora puedo pedirles un deseo- pensé -pero cierto que ya estoy negra-.
Mi deseo ya estaba.
Cuando acabé,
saqué el agua con un balde
para empujar, con pequeños oleajes inventados con escobas de pelo duro,
desde el suelo de cemento hasta el suelo de tierra
las hojas de los árboles 
y las manchas de aceite que desangraron
los autos.

En mi nuevo don también saludé a puro grito
a todos los que pasaban
levantando mios brazos, con mía sonrisa blanca:
-Paixão de mia vida! Oi meu amor!
Apaixãonada por você  estou!-
Convidé todos beber cerveza
que cobré siete reales, la de litro. Y dejé
que me invitaran a beber con ellos
los más hermosos albañiles que en mia vida vi.
Mios amigos para siempre.
Esos que salen del trabajo y pasan por el bar para olvidar
y poder continuar el día con alegría
como si nunca hubiesen trabajado
ni tuvieran que volver a trabajar.
Desarmar  la memoria con la mecánica misma
que se ensambló un ladrillo con
otro ladrillo en la construcción:
Una copa, otra copa.
Otra.
Una copa, sólo otra. Una más.
Esta bien, otra. Otra más.

Trajeron para mí pescados pequeños
más o menos de este tamaño:
……………………….
Sentada sobre el tronco de banqueta, abiertas
mias piernas,
sostuve cada pez que limpié
con mío cuchillo
con mía alegría:
Abrí,
corté,
raspé
y
separé
casi como a Dios le encanta hacerlo:
lo bueno de lo
malo. Lo feo de lo
bello.
Igual todo es alimento.
En la olla hirvió lo bueno, como una sopa perfumada en limones.
Un caldo que chuparemos con las manos,
sostendremos con las lenguas y tragaremos.
Lo malo quedará al costado de la casa
para que sean el alimento
de los gatos domésticos
que nunca se dejaron acariciar.

Esto no es apología de la negrez
pero ahora que soy negra me siento mejor.
Hasta puedo enseñar a bailar.
Antes podía pero nadie me creía.
Você  tem que escutar a música.
Escutar, escutar, escutar.
No vale espiar  suyos pies.
Escucha y siente tu corazón.
Mirada al frente, sonrisa grande,
nada de espiar los pies
y así se baila:

…………………………………….



Bio: Nació en Bahía Blanca en 1985. Es Profesora de Artes Visuales. Participó en distintas muestras colectivas desde 2007. Publicó el poemario Tramontina (ediciones Vox) en 2012 y participa en diferentes ciclos de lectura desde el mismo año. Además sus poesías han sido publicadas en distintos fanzines, revistas virtuales e impresas y en la antología 30.30 (emr). Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires donde trabaja como docente en la escuela de arte Belleza y Felicidad en Villa Fiorito y en distintas escuelas públicas de la ciudad; y forma parte del grupo de becarios del Centro de Investigaciones Artísticas. 

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